Es pintura el dibujo según Giorgio Vasari, quien, a mitad del siglo XVI, en presencia de las obras de Leonardo, Miguel Ángel, Rafael, afirma: El dibujo es madre de cada una de estas artes siendo el pintar dibujar. Es parte del dibujo modelar cuerpos y rostros, investigar dinámica y tensiones, penetrar el enredo de la mente en busca de sí misma. De esta concepción, formulada a partir del Renacimiento, se apropia Sergio Blatto, consciente de su valor y de la energía ínsita en la línea, que se convierte en luz, no obstante esté generada por las carbonillas. No es átono el trazo inciso en la hoja. Vibra de sombras y escenas nocturnas, de transparencias y magias, componiendo imágenes de carne y alma.
Puede parecer Blatto, en el contexto de lo informal y de lo abstracto, un epígono del academicismo. No lo es. A contracorriente se coloca entre los artistas que, inspirándose en los clásicos de la tradición y de la contemporaneidad, reproponen con renovado lenguaje el sentimiento de la existencia. No son pocos, hoy, en Europa los pintores que traducen la desnudez del hombre y la mujer, la aspereza, el eros mediante un imaginario que se relaciona con la mitología griega, la literatura antigua y moderna, el teatro del absurdo, el noir de cine y fotografía. Es también por eso que Blatto no es un sobreviviente de la forma, sino sobre todo un intérprete de la existencialidad, que retrata, en la secuencia de los dibujos pictóricos de La barca de las vanidades voluptuosidades femeninas y apariciones perturbadoras. Meditaciones simbólicas en las cuales se inscriben eventos, cosas, enigmas y distorsiones de lugares, cuya cosmografía es comprensible dentro de la paradoja.
Como con una poética surrealista se presenta esta muestra alrededor del tema de la circunnavegación de lo ignoto, más allá de la audacia de Ulises, hacia la oscuridad del yo. Viaje de una balsa, colmada de fantasmas, que encuentra su motivo en la locura del presente, en el destino del naufragio, en el vórtice de la nada. Bajo la reminiscencia de Goya y Baudelaire, el artista cordobés desarrolla un universo onírico en los fondos de grafito volcánico y de grises horizontes ahogados de negro. Con trazo seguro esculpe sujetos angustiados que coloca en misteriosas espacialidades y adentro de una naturaleza carbonizada, que la luna aclara en el hastío del infinito. Sin embargo, se presenta fascinante el espectáculo en su delirio. Lo anima la belleza de una forma, antigua y contemporánea, hirviendo de pensamientos, miradas, gestos, de sueños conmovedores.
Dos registros gobiernan la pintura dibujada. Por un lado, ésta se ofrece al intelecto en la luminosidad de una arquitectura compacta; por el otro, a los sentidos en la enfática sinuosidad de los desnudos, revelando una identidad capaz de seducir en la conceptualización. Clara es la dialéctica interna de la obra que evidencia la complejidad de un sistema que va más allá del silogismo y que reformula con ductilidad de estilo la dimensión de la existencia.
Potente es la máquina gráfica que pinta en el vacío La barca de las vanidades, haciéndose eco del vanitas vanitatum et omnia vanitas bíblico. Vuela en el océano sideral, oprimida por esqueletos envueltos y atados, cual metáfora de la condición humana. Resplandece de muerte en la danza la barca, recortada por el bisturí del lápiz que la envuelve con mantos fúnebres y palideces.
Más allá de la lógica expositiva la atención se concentra sobre algunos trabajos como Edipo, desde cuya composición de lienzos desplegados aflora una máscara. Sofoca en el thanatos un eros trágico con ondulaciones de telas atenuadas por una blancura cadavérica. Está llena de referencias La absolución a través de la masa escultórica gris y oscura. La determinan el vértigo de un muro a escala sobre el abismo y la solidez de una mujer cubierta en el viento por pedregosos velos: monumento que se eleva sobre la desesperación.
Con la forma arquitectónica de las figuras Blatto combina una gama de retratos, caracterizados por cuerpos sensuales, inmersos en el animismo del bosque. Epifánica, entre troncos, arbustos, abrojos, se presenta la obra De cuando las yeguas se bañaban en tu cielo.
En la noche la aparición de un triángulo de ramitas fosforescentes hipnotiza a tres mujeres, puestas de manera surreal sobre ramas de un árbol. Modelados de luz son los desnudos fragantes de magia aborigen. Otros desnudos en otras obras cantan la belleza, como carne del cosmos. Soberbias las dos mujeres de El grito, cuyo diseño hace referencia a los desnudos de Signorelli. Desbordan de erotismo con su sinuosidad acariciada por negros polvos y por la iluminación del blanco de plomo; resplandecen como sedas sus cabelleras negras.
Dentro de un ostensorio de espinas la pareja de Los amantes del árbol seco se destaca en el firmamento. Penetrante es el trazo que recorta los desnudos en una relación carnal estática y dubitativa. Un doble retrato, pincelado de hollín, que narra el amor entre ramas muertas y falsas luces. Como lírica de la memoria, al final, se entregan los cuatro fragmentos de Flores. Sombras aterciopeladas, elegantes en el gris florecimiento sin tiempo, melancólicas en la dimensión aséptica del espacio.
Espejo de inquietudes se revela La barca de las vanidades que Sergio Blatto concibe surreal y pasional. Se exterioriza en el perímetro de un dibujo neorenacentista que es pintura de un solo color y de infinitas nuances, capaz de recrear mitos, visiones, símbolos, mientras radiografía el consciente y el inconsciente.